Hoy en día nuestros países afrontan el fenómeno de la sobre-explotación, pero ¿Qué es la sobre-explotación?, este fenómeno puede ser entendido como una perdida de valor que repercute en los trabajadores en el sentido de las grandes transformaciones que sufren los países industrializados por la producción de plusvalía, aumentando su valor de forma sustancial, al punto que para lograr tales objetivos, aumentan las jornadas de trabajo, disminuyen sus niveles de consumo y explotan sin ningún tipo de restricción las capacidades laborales, el trabajador se convierte así en un mero instrumento de trabajo, aquí no importan sus habilidades, sus aptitudes, lo único que realmente importa es si el mismo puede o no generar valor.
Ahora bien, tal fenómeno podemos extrapolarlo a las discriminaciones de género imperantes en gran cantidad de países, desencadenando un desequilibrio en los mercados laborales. En el caso de Latinoamérica este fenómeno se acentúa en la sobre-explotación del género femenino, lo cual no data de fecha reciente, sino que por el contrario es parte de un entramado cultural, en donde se considera que el hombre es un ser superior a la mujer, lo que genera discriminación, rechazo y menosprecio en la mujer.
Si tratamos de buscar un origen cierto a la problemática, podríamos culpar al dinamismo con el que se desarrollan los cambios en nuestras economías, o quizás al hecho de que anteriormente los hombres constituían la principal fuerza laboral, sin embargo, tales afirmaciones a pesar de ciertas, no pueden erigirse como justificativos de tales situaciones de desigualdad. Las mujeres por lo general se dedicaban a actividades del hogar, administraban los hogares y la crianza de los hijos. Pero con el devenir del tiempo, surge su preocupación por no sólo administrar sus hogares, sino que de igual modo, ser participes en la manutención del mismo, de allí surge su necesidad de prepararse académicamente e incursionar en el mercado laboral.
Es así como se empiezan a ver mujeres en distintos puestos de trabajo, y vienen poco a poco a figurar notablemente en la población económicamente activa, aunado a ello las jornadas laborales e inclusive la fijación de salarios inferiores a los que perciben los individuos del genero masculino, han sido factores desfavorables para el empleo de las mujeres, obligándolas en muchos casos a formar parte del mercado de empleos en el sector informal. Pese a ello, las mujeres incursionan en las industrias textileras, de servicios y pequeños talleres.
Es en los años noventa donde se desata un boom, pese a todo el panorama que se deslumbraba en su contra, las mujeres empiezan a participar masivamente en la economía, logrando así no ser simples empleadas, sino que por el contrario pasarían a ocupar puestos claves en la dirección de las empresas, y más aún en la dirección de naciones enteras; su estatus empieza a elevarse de forma acelerada al punto de igualar y en algunos casos superar al del hombre, no solo en cuanto a participación sino también en cuanto a la percepción de ingresos.
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